Carpeta
De entre todas las fotos que se toman sólo unas cuantas
se imprimen.
Hay quienes en secreto desechan algunas por un enojo
momentáneo o para borrar pruebas nada gratas.
Más de una de ellas entreteje recuerdos según el orden en
que van surgiendo de entre los álbumes: de un instante pasas al futuro, de éste
al pasado; corriges un pasaje, la alegría te inunda, la nostalgia, hasta te
trae algún tiempo ya enterrado para siempre.
Hay momentos que quisieras arrancar la realidad que te
afecta o tuviste en el pasado.
Luis te contó cómo acariciaba más de una vez la foto de
su nueva conquista, de la que mantenía el nombre en secreto; en la pantalla tu
búsqueda trae la imagen de tu joven amada Elda, a quien un día se la compartiste;
de cuerpo bien proporcionado; prevenida, esa vez, con una sombrilla, cosa que
pocos harían. Al fondo se ve el canal que invita a relajarse, pero ella se
detiene en sus documentos.
Tu amigo sólo te dijo que todo se dio porque Karlo,
sobrino de la joven, quedó a su cargo en el grupo de cuarto grado de primaria,
donde le agradó la clase de música, de la cual tenía una ligera aspiración y
quedó entusiasmado de tenerlo como maestro con la misma afinidad.
Una boca, el escote -atarraya de miradas-, la confianza
que se fueron ganando entre las visitas al grupo, por encargo de la madre
ausente de Karlo, fueron haciendo una relación más encendida para Luis, a sus
cincuenta y tres años, una presunción de que todavía tiene conquistas fuera del
matrimonio.
Tú, Ernesto, en las noches hacías infinitos collages con
las fotos que Elda te enviaba. Con las que te eran más atrevidas te deleitabas
jugando zoom.
Esa conquista, de la que te contó que en dos ocasiones se
pospuso el encuentro íntimo y que en cualquier rato se podía concretar se
interpone entre las detalles que te persiguen: las del momento de despedirte de
tus dos hijas, instantes en que se te hacía un nudo en la garganta para dar
consejos, con lágrimas que asomaban a los ojos, mientras llegaba el momento de despedirte
y dejarlas con su tía, en aquella urbe, para que continuaran los estudios que
en tu ciudad media jamás podrían.
Buscas carpetas, en unas aparecen tus hijas, en otras las
páginas de las lecturas que vas realizando, paisajes, descargas. Cierras la pantalla
y te vas a carpetas ocultas. La mirada recorre las piernas de Elda, los
vestidos entallados al cuerpo, lo atrayente de sus medias, los pechos sin
sostén ni blusa, las distintas pantis de encaje…Tu conquista perfecta, joven,
una tentación ya casi a la mano.
Aparece ella de nuevo, con su inseparable portafolios, tu
enemigo el perro y los instrumentos musicales a un costado.
Sacas de tu bolsa exactamente los doscientos cincuenta
pesos que cuesta el boleto de regreso a tu ciudad.
Vibra el teléfono: la advertencia del mensaje te dice que
ahora sí la nueva conquista cayó. Eres un pobre diablo que descuida a su
familia: Luis te presume la misma foto que tomaste a escondidas a Elda, de
quien tú la tenías guardada en carpetas ocultas…
© AudbertoTrinidad Solís
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